sábado, noviembre 13

pasear como forma de resolver problemas o de inspiración poètica

Supongo que todos hemos oído a alguien comentar que cuando se  hace ejercicio como correr o pedalear, sin proponérnoslo, comenzamos a darle vueltas a ciertos asuntos pendientes de meditar. La razón es tan sencilla como entender que el ejercicio genera una activación sanguínea que como no podría ser de otra manera acaba regando en gran medida el cerebro, y al tratarse de un ejercicio sencillo que no requiere una dependencia especial de los campos cognitivos y sensoriales en relación a algo tan mecánico como el caminar; es cuando este potencial se redirige a otros asuntos pendientes que intuyo tenemos aparcados en algún rincón de nuestro córtex y que espontáneamente o no, recuperamos.

Pero no sólo se trata de resolver problemas o de meros análisis internos de nuestras conductas que también pudieran realizarse en un entorno más silencioso y concentrado como el de la meditación de los monjes budistas. Cada cual se come el tarro a su manera.
Lo que se declara es el ejercicio moderado no sólo como forma de estimular el pensamiento, sino también como forma de establecer y mantener el contacto social e incluso de favorecer la inspiración que le pueda faltar a un artista.
No es extraño ver que cuando caminamos junto a otras personas en un ambiente distendido, la verborrea fluye de forma natural hasta el punto que no acabaríamos nunca de hablar. También es el momento perfecto para resolver aquellos asuntos pendientes, para cerrar negocios o para promover iniciativas de ocio entre amigos.
Así pues, se trata de aprovechar todo ese potencial de lucidez que nos proporciona la actividad sanguínea en su justa medida; sí, aquella que nos recomiendan los médicos en cuanto al ejercicio moderado; la que aparte de salud sin excesos, nos da el estímulo máximo de raciocinio sin gravámenes atencionales ni peligros. Es la oportunidad de aprovechar toda la potencia del vehículo del pensamiento para alcanzar la máxima velocidad yendo por una autopista cuesta abajo y sin tráfico ni límite de velocidad. Es el momento idóneo para contar chistes, pensar, crear, superar inestabilidades internas o establecer buenos lazos afectivos.

Y si alguien no lo tuviera claro, que explique como alguien cuyo espíritu poético es nulo, puede llegar a escribir esta humilde perlita después de un buen paseo:


La Cris y la Tórtola. Lecciones de la vida

En tarde de primavera y disfrutando del tiempo perdido, fuimos a pasear por el campo en busca de algún espárrago perdido. Quiso el azar observar un nido en un hueco, yacía entre ramas de almendro más bien a baja altura del suelo. La pájara inmóvil, quieta y temerosa, incubaba sus futuros vástagos ante la inminente presencia ociosa. La curiosidad de los inoportunos visitantes violentó el pobre ave que por más que lo deseara, no pasó desapercibida ante nuestros ojos ni por un instante. Agitó sus alas y se alejó así, mal aventurando trascendentalmente su propósito feliz.

A la vista quedaron cuatro moteados óvalos traducidos en futuribles tórtolas. Nosotros, resentidos de nuestro arrepentimiento por alterar la tranquilidad natural del medio, nos alejamos con la esperanza de que la madre volviera a su casa. Transcurridos considerables momentos, regresamos con el ánimo de comprobar el porvenir de los polluelos, el cual pintaba oscuro, dado que la señora del nido no había aún vuelto a sus quehaceres maternos.

Cuan culpables nos vimos, pero no era momento de reproches sino de poner enmienda al daño del broche.
Barajando la par posibilidad de vuelta o huída por parte del pájaro, jugamos la doble carta y decidimos con rotundidad:
"si se quedan los cuatro, podrían morir por falta de empollamiento, pero si uno sustrajéramos al menos, la impar descendencia podría tener anhelo".

Con sumo talento un huevo cariñosamente cogimos, aún calentito, y camino de casa pensamos el modo de encubamiento. La Cris, responsable de la ocurrencia, aunque con poco acierto, por ver su inquietud satisfecha pidió parte en el transporte del feto. Contemplada su propuesta, se le previno de la responsabilidad que un huevo conlleva, y de las formas de acunamiento.

Y allá estaba Cristina en su agorero, henchida y dispuesta tras su juramento de custodia y atenciones al futuro pajarero.
Quiso la realidad ponernos de rodillas en el momento en que nuestra Cris, con tanto amor en sus manos, hizo del huevo tortilla.

Llorar no lloramos, pero no menos cierto es el mal rato que pasamos.
De ello dedujo reflexión oportuna de la que trataríamos hasta el llegar de la luna, y a ello sobrevino previamente una conclusión como ninguna.

Ya camino de casa y con los ojos entristecidos como dos relicarios, divisamos bastón en mano la figura paseante de Don Olegario. Como es bueno echar fuera los malos humos, la Cris y yo optamos por contarle lo ocurrido así como la moraleja de la que habíamos aprendido.

Fue entonces que el jubilado preguntó por la citada lección, a lo que la Cris con su frescura e inocencia sentenció: "pues que vista dicha experiencia tenemos un conocimiento bien nuevo, y es que ante toda circunstancia a nadie se le toquen los huevos".

Hecho verídico protagonizado por la Cris, su papi, el huevo y la pájara; y por supuesto l'Olegari que pienso que aún hoy no ha parado de reir..

 NOTABIEN ENTRADA LA NOCHE PASÉ POR EL LUGAR, DISCRETAMENTE Y SIN COMPAÑÍA, PARA VER SI LA TÓRTOLA HABÍA VUELTO, Y MENOS MAL, ALLÍ SEGUÍA.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por fin puedo comentar tus entradas!!!